A los asesinados en el paro nacional

La lucha de todos aquellos que perecieron por Colombia en estos días de franca batalla por la nación y sus gentes, quedará en la retina, el recuerdo y el corazón de todos y cada uno de los hombres y mujeres que apoyaron y apoyan la movilización del pueblo.

A los asesinados en el paro nacional

Columnista:

Felipe Alzate De los Ríos

 

Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. (Salvador Allende).

 

El cielo de mi ciudad está enrarecido, como cuando después de un aguacero de varias horas, con su final, se abre un cielo azul y sopla un aire limpio y frio que purifica los pulmones de quien lo respire.

Tal vez sea el hecho de que la república acaba de pasar por días de cultura y barbarie, de viva alegría y franca agonía, de noches contentas y dantescas, oscuras y lluviosas, donde pareciera que el pueblo colombiano, joven y dispuesto a salvar su futuro, por fin ha tomado las riendas de su destino sin temor ni al más doloroso de los pensamientos: la muerte.

De los ojos de muchos se desprende un hilo de esperanza por el mañana ideal que tanto hemos buscado, pero para el cual faltan todavía muchas jornadas, y por el que esta semana han sido sacrificados muchos colombianos.

Hay que celebrar las victorias, la costosa pero necesaria purificación de la política y de la moral de los habitantes de este país, que pareciera llegar con pasos de gigante de mano de los más jóvenes,... ¿y los muertos?

El sacrificio de los 17, 18, 20 o 50 o más colombianos jóvenes en estas jornadas de ardor por la patria, no es y nunca será justificado, como no lo es tampoco la muerte de un colombiano que no termina su vida por la senilidad, cuando su reloj biológico se detiene por su propia sabiduría y no por la imposición de la mano humana, nunca se debe justificar. Sin embargo, su desaparición física debe servir para ratificar la consigna que ha movilizado al pueblo en esta como en otras movilizaciones históricas, que no es otra sino la construcción de una nueva nación, la edificación de una nueva política, la apertura de las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre (recordando a Allende).

En fin, la lucha de todos aquellos que perecieron por Colombia en estos días de franca batalla por la nación y sus gentes, quedará en la retina, el recuerdo y el corazón de todos y cada uno de los hombres y mujeres que apoyaron y apoyan la movilización del pueblo, pues impulsarán la permanencia en las calles por su memoria, talvez no hoy, tal vez no mañana, pero será por ellos y  por los sueños que los impulsaron a las calles, y del lógico dolor que acompaña a sus familias y de la zozobra por esta patria futura, que florecerá la certeza de que el futuro estará escrito en letras de esperanza en el batallar de todos los colombianos, por la libertad y la vida. Ese será nuestro tributo.

Su muerte reclama justicia, no solo la que impone la ley, sino la que impone el deseo de este pueblo agobiado del autismo y la sordera oficial: la renuncia del ministro de Defensa, y por qué no, la renuncia del presidente de la república, quien por honor, del cual parece carecer, por respeto al pueblo colombiano y la sangre derramada en las calles, debe hacerse a un lado. 

 

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Autor: Felipe Alzate De los Rios Abogado. Conciliador en Derecho. Manizales.

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