Alejandro Gaviria, más de lo mismo

Que Gaviria venga de la academia le da un plus importante que sus asesores de imagen desde ya explotan a su favor, sin que esa característica lo blinde del todo ante salidas infortunadas como las referidas en esta columna.

Alejandro Gaviria, más de lo mismo

Columnista:

Germán Ayala Osorio

 

La llegada de Alejandro Gaviria a la contienda preelectoral que por estos días toma fuerza en Colombia, estuvo marcada y seguirá así, por la salida en falso que significó su respaldo a la designación de su amigo Alberto Carrasquilla, como codirector del Banco de la República, por parte de Iván Duque. Aunque reculó por cuenta de la presión de las redes sociales, este episodio lo hizo ver como un político dubitativo en particular cuando debe afrontar dilemas éticos, contaminados por amistades y relaciones de clase.

Que Gaviria venga de la academia le da un plus importante que sus asesores de imagen desde ya explotan a su favor, sin que esa característica lo blinde del todo ante salidas infortunadas como la referida. Tanto el exministro y ex director de Planeación, como quienes le manejan la campaña saben que lo que diga en adelante será sometido el escrutinio público y examinado a la luz de sus convicciones y acciones políticas que lo acercan al neoliberalismo como modelo económico, pero también como apuesta ética que compromete la idea de Estado y el sentido de lo colectivo que acompaña a esta forma moderna de dominación.

Cuando Alejandro Gaviria dice: «no me veo en el Centro Democrático ni en el Pacto Histórico» intenta ubicarse en un centro político tan medroso, como esperanzador, en la medida en que identifica al partido de Gobierno y al Pacto Histórico como dos extremos no solo irreconciliables, sino dañinos para el país con el que sueña. Sin señalar a los líderes naturales con las que los colombianos asocian a esas dos nomenclaturas, Gaviria, hábilmente, los pone en el mismo plano ético-político y moral, olvidando que el Pacto Histórico es, en sí mismo, una convocatoria, una apuesta de coalición y un proyecto de unidad, mientras que el Centro Democrático es reconocido como un partido político, así no se comporte como tal, por cuenta de que su operación, organización interna y estatutos están soportados en las ideas, el talante megalómano y las ambiciones de Álvaro Uribe Vélez.

Entonces, no se trata de un sutil olvido del ex ministro de Salud del gobierno de Santos. No. Por el contrario, Gaviria advierte y reconoce, sin decirlo, que efectivamente las crisis y los problemas sustanciales que vive el país, expresados en una enorme confusión moral de la sociedad colombiana en virtud de la naturalización del ethos mafioso que guía la vida política, social y económica del país desde el 2002, obedecen en gran medida a eso que se conoce como el uribismo. Parece olvidar el exrector de la Universidad de los Andes que el Centro Democrático es el actual partido de Gobierno sobre el que recaen todas las responsabilidades políticas por el desastroso manejo que de la economía y de la pandemia hizo Iván Duque Márquez, el ungido del gran capataz.

Gaviria dijo a los medios: «yo he dicho desde el comienzo que mi campaña no es contra nadie, que no se trata de impedir la llegada de nadie, que se trata de mostrarles a los colombianos salidas para construir un futuro colectivo». Cuando Gaviria dice que no se ve ni en el Pacto Histórico ni en el Centro Democrático, claramente pone barreras que, por ahora, le impiden cualquier acercamiento con el movimiento de Gustavo Petro y con la estructura de poder representada en la desgastada figura de Uribe Vélez. Y esas barreras ético-políticas y morales, constituyen una forma de negación y un estar en contra de opciones que él pone en la misma balanza de manera intencionada y ladina.

En la segunda parte de la citada frase, habla de una «salidas para construir un futuro colectivo». ¿Cómo es posible pensar en esa posibilidad de un futuro colectivo cuando desde el inicio deja en claro que solo le interesa dialogar con la Coalición de la Esperanza? Gaviria cae en el mismo error en el que cayeron candidatos que alcanzaron la presidencia en el pasado: gobernar para específicos sectores de poder tradicional, respondiendo mecánicamente a los acuerdos de campaña. Se da por descontado que, en caso de que llegue a la segunda vuelta, estará obligado a aceptar el apoyo del Centro Democrático, porque sabe que la fuerza de las circunstancias lo llevará de manera obligada a hacer parte del proyecto TCP (Todos Contra Petro). Y así lo deja entrever cuando dice: «en algún momento tendremos que decidir dónde voy a estar ya en la mecánica electoral y yo he dicho que mi responsabilidad es también unificar el centro político, o sea yo no puedo seguir solo. Hay una conversación planteada por la Coalición de la Esperanza y yo confío tener esa conversación, me parece que tenemos que hablar, pero los primeros meses y semanas de esta campaña lo que yo quiero plantear y mi prioridad es el diálogo ciudadano».

Justamente, a esa mecánica electoral le llegará el Centro Democrático con el que, de manera temprana, Gaviria dice que no se ve. En lo dicho, pero sobre todo en lo no dicho, podemos reconocer las apuestas ético-políticas de los candidatos a la presidencia. Para el caso, puedo decir que Alejandro Gaviria es más de lo mismo, porque hay algo que lo supera: la tradición y las lógicas del régimen de poder. Y estas nos dicen con claridad meridiana que todo debe seguir como hace 211 años, así insista en decir que la «indignación colectiva debe llevarnos a un nuevo contrato social».

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