Apuntes de un largo viaje por Colombia

Un largo viaje con el fin de acompañar a mis papás, hospitalizados en Granada, Meta. Mi padre a la espera de que su EPS le autorice una resonancia magnética cerebral y mi mamá, a la espera de una autorización para una cirugía de columna que la saque de un dolor insoportable.

Apuntes de un largo viaje por Colombia

Columnista:

Fernando Camacho

 

El 4 de septiembre salí de Ipiales hacia Granada, Meta. El objetivo principal del viaje es acompañar a mis papás que están hospitalizados en ese municipio. Él a la espera de que su EPS le autorice una resonancia magnética cerebral, a partir de la cual intervenir una hemorragia cerebral. Lleva quince días esperando ese examen. Mi mamá, por su parte, a la espera de una autorización para una cirugía de columna que la saque de un dolor insoportable. No se tendría que esperar autorización de nadie para realizar un procedimiento de estos. No es un dolor de cabeza.



La injusticia y la desigualdad en Colombia no me dejan dormir. A las 3:30 a. m. del 5 de septiembre, en medio del calor de Villavicencio, me desperté y extrañamente rondaba en mi cabeza una idea: «escribir acerca del viaje es lo único que me va a dejar dormir». Se trataba de un viaje por la desigualdad. Hay países que tienen vías pavimentadas hasta en las fincas más remotas, sin embargo, en Colombia eso no se puede ni pensar, ¡¿cómo va a comparar?! Las vías en Colombia son horribles y la falta de las mismas es incomprensible. Especialmente al campo le hacen falta vías (e inversión y mil cosas más). Nariño, por ejemplo, es un departamento con un potencial agrícola inmenso, pero está abandonado por el Estado. Allí no se ven, sino masacres, problemas de grupos armados, narcotráfico. Por donde vaya en el departamento se observan tierras fértiles y cultivos de todo tipo; no obstante, los campesinos afirman que todo lo compran barato, que el Gobierno no los apoya para nada, que a veces pierden el cultivo y se quedan sin nada. Y así sucesivamente... Colombia es un país agrícola.

Una vía que trae particulares recuerdos es la de Villavicencio-Bogotá. Lógicamente, al pasar por ahí a uno se le viene a la mente lo del puente Chirajara. Aunque en otros rincones del país no se hagan a una idea de cómo es el Meta, saben que al país lo hirieron con la inversión en un puente que no sirvió sino para matar algunos obreros y herir a otros. Lo peor de esta vía es que da miedo. Siempre hay un derrumbe, una piedra atravesada y siempre está sin terminar. Además, está llena de peajes costosos.

En otra parte del viaje me encontré con algunos de mis familiares. Uno de ellos, de diecisiete años, entrena en un equipo de fútbol profesional. Me dijo que su hermana juega muy bien, pero a él no lo suelen poner a jugar ni a los que van de otras ciudades. Solo dejan jugar a los que tienen dinero, a quienes sus papás pagan para que puedan jugar aunque sean sumamente malos. La corrupción está por todas partes. Lo peor de la corrupción es que una nación tiene un límite, cuando se sobrepasa el límite la nación no aguanta y entra en crisis, como tantos países.

El 6 de septiembre logramos realizar el examen de mi papá pagando por particular. No es un examen barato. De no haber podido conseguir el dinero, a la EPS y a sus directivas les habría dado igual lo que hubiera pasado, ya deben estar acostumbrados a dejar que se mueran sus pacientes. ¿De dónde viene este sistema de salud?

Colombia es un país al borde del colapso. Con una cerilla que se le tire, por ejemplo, en las próximas elecciones, se arma un incendió y adiós. Eso me dijo el conductor de un bus, un caleño llamado James. Y es verdad, un paso en falso y esto se puede poner peor.

 

 

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