Bad Bunny, una semblanza más allá del estereotipo

La faceta de Bad Bunny que me resulta más interesante es la que devela su condición de artista socialmente comprometido.

Bad Bunny, una semblanza más allá del estereotipo

Columnista:

Fredy Chaverra 

 

Desde hace algunos meses me rondaba la intención de escribir sobre Bad Bunny, pero no tenía muy claro por dónde empezar, pues no conozco su música y la opacidad de su imagen —muy instigada por los «puristas» de otros géneros musicales— me había incubado cierta prevención con el «artista del momento», así que cuando me animé a escribir sobre él lo hice pretendiendo ir más allá de la imagen estereotipada que lo pinta como un reguetonero sin mérito artístico, soez y representante de una estética superficial y decadente. Ahí les va.

Si nos atenemos a una valoración estrictamente cuantitativa, Bad Bunny clasificaría como el artista latino más relevante de su generación. Las cifras son tozudas y hablan por sí solas, tan solo en dos años de una frenética producción musical —hasta con tres álbumes por año— ha establecido la mayor cantidad de récords imaginables para un artista latino (con el mérito de lograrlo cantando en español). No tendría sentido enunciarlos. Solo basta con precisar que algunos de ellos se encuentran entre los mayores registrados por un artista en la era del streaming.

Pero más allá de los récords, el acumulado de premios y las giras multimillonarias —que lo han convertido en un auténtico fenómeno de masas—, la faceta de Bad Bunny que me resulta más interesante es la que devela su condición de artista socialmente comprometido.

En el reciente documental «El apagón: aquí vive gente», el Bad Bunny socialmente comprometido expone algunas de las realidades más crudas de su natal Puerto Rico. Cediendo a la omnipresencia que lo caracteriza en cada uno de sus videos, el artista se adentra en exponer las tensiones que genera la acelerada gentrificación en el Viejo San Juan, en denunciar las precariedades de un fluido eléctrico totalmente privatizado, así como la pobreza que asedia a cerca de la mitad de los 3.2 millones de habitantes de la «Isla del encanto».

El documental no se encuentra entre sus videos más vistos en YouTube —siendo el cuarto artista con la mayor cantidad de visualizaciones en la historia de esa plataforma— y, seguramente, resulta más revelador para los espectadores ajenos a las realidades sociopolíticas de Puerto Rico; sin embargo, sí evidencia cómo un artista de talla mundial, sin detenerse a pensar en los efectos de asumir una postura incómoda entre sectores poderosos, dispone del alcance de su presencia digital para «darle voz a los que no tienen voz».

Y aunque esa faceta de activista no resulta novedosa, pues solo hay que recordar el rol que jugó en las protestas que conllevaron a la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló, con «El apagón: aquí vive gente» Bad Bunny va más allá de plantear una crítica meramente coyuntural y se aventura a proponer un diagnóstico humano con profundas implicaciones sociales, culturales y económicas. En definitiva, no guarda silencio ante una situación crítica o se acomoda a la indiferencia que bien le podría ofrecer su estatus de «estrella».

Seguramente muchos de sus malquerientes están convencidos de que Bad Bunny, el que tienden a calificar como el «superficial» artífice de letras sin mérito artístico, no tendría la capacidad de exponer situaciones sociales complejas. Solo los invito a ver «El apagón: aquí vive gente».

En otra de sus facetas, Bad Bunny se viene erigiendo como un referente queer en la música urbana y, no necesariamente porque se sienta identificado por la sigla LGTBIQ+ —aunque ve la sexualidad como algo fluido—, sino porque su intención se encuentra en sumarse a una visibilización que conlleve a una plena normalización. Algo que no asume como propuesta estética —algo ya desfasado en los tiempos actuales— o, si acaso, como estrategia comercial de queerbaiting.

Lo particular es que lo hace desde un género tradicionalmente caracterizado por su sexismo, homofobia y transfobia. Que uno de los mayores referentes del reguetón se aventure a solidarizarse con una mujer trans víctima de un crimen de odio o que bese a uno de sus bailarines al cierre de una presentación —sin inducir en «sospecha comercial» sobre su sexualidad—, seguro le tiene 'los cables' cruzados a los «puristas» del reguetón más crudo y discriminatorio.

Pero en la agenda por la visibilización y la normalización de la comunidad LGTBIQ+, es una movida arriesgada que refleja compromiso y empatía.

Estoy seguro de que Bad Bunny es la punta de lanza de una generación que desde hace dos décadas se la viene jugando por la internacionalización del reguetón, sus fusiones y derivados (que debo aclarar no conozco), así los «expertos» de otros géneros solo lo vean como un producto trivial y superficial —tan solo hay que recordar que por esos mismos motivos los puristas del rock iniciaron una cruzada a finales de los años 70 para destruir a la música disco—, algo que evita que se puedan acercar a su condición de artista multifacético con un arraigado compromiso social y hasta político.  

Y a quienes no les guste que escriba sobre el 'Conejo Malo', solo les digo: yo escribo lo que me da la gana.

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