Duque o la política al revés

El presidente no parece hacer la política al revés por ceguera: más bien pareciera estar asesorado por Ceballos, quien funge como un alto comisionado para la guerra.

Duque o la política al revés

Columnista:

Julián Bernal Ospina

 

Nadie ha podido averiguar con certeza a qué se fue el presidente Iván Duque al Chocó ni tampoco a qué se fue el alto comisionado para la Paz, Miguel Ceballos, al Cauca. Los funcionarios del Gobierno todavía deben estar buscando explicaciones en Wikipedia para dar a la opinión pública alguna luz sobre lo sucedido, y de esa manera procurar escudar al presidente de las críticas que por todos los flancos se le hicieron.

En todo caso debió pasar la noche del lunes en la Brigada 15 del Ejército en Quibdó preguntándose si lo mojado de la camisa –del estilo que siempre usa en sus viajes a los territorios– es debido a la humedad del ambiente, o si tal vez, el desodorante que empacó no le funcionó. «María Juliana no me dio el que era», seguramente se recriminó, mientras los altos mandos lo miraban en una mesa redonda, cuestionándole con los ojos las razones por las cuales ellos también viajaron. «Súbale un poquito al aire, mi general, me hace el favor», con seguridad dijo para relajar la tensión.

Como si fueran poco los preparativos para el paro agrario, el paro de maestros de Fecode y el viaje de la minga del suroccidente a Bogotá, también estaba en la agenda, nada más y nada menos, que la firma del acta de inicio del metro de Bogotá, la obra más importante para la capital colombiana. Se le vio, en cambio, la noche del lunes, caminando escoltado por generales entre las calles del barrio San Vicente de Quibdó, como quien dice: «A mí nadie me pone la agenda, yo mismo me la gestiono, duélale a quien le duela».

Al otro día dijo, con el mismo estilo de la camisa del día anterior, pero con diferente color: “Hoy se materializa un sueño, hoy se cumple un propósito nacional, y un propósito de ciudad, y es que le demos inicio material a la construcción del metro de Bogotá”. Además de quedar clara la ironía de que el presidente se fue hasta el Chocó para hablar del metro de Bogotá, también queda claro, una vez más, que todos sus discursos son tan parecidos como las camisas que se pone: solo cambia el color, de resto es lo mismo.

Como imitando a los chinos que se aprestan a construir el metro, el presidente parecía entender a la ciudadanía en mandarín. El contraste fue abrumador con una alcaldesa que recibió a los más de ocho mil mingueros, entre indígenas, afros y campesinos, que llegaron a protestar por los 240 asesinatos de líderes desde la firma de los Acuerdos de Paz, por las 20 masacres en estos territorios en lo que va del año, por la no protección de sus productos frente a las importaciones, por la pobreza, por la represión, por la erradicación forzada. Una periodista que cubrió la minga desde adentro, María Fernanda Fitzgerald, lo resumió así, en cuatro ejes: «vida, paz, territorio y democracia».

La alcaldesa no necesitó de mucho esfuerzo para decirle a la minga «Bogotá es su casa», y a los días siguientes atender los actos de inicio de la construcción del metro. Ahí estuvo, y toda la ciudadanía creyó ver a la presidenta. Duque, por su parte, en esto se fajó: fue un excelente estratega publicitario para la alcaldesa y para la minga.

El presidente no parece hacer la política al revés por ceguera: más bien pareciera estar asesorado por Ceballos, quien funge como un alto comisionado para la guerra, disparando palabras en cuanta oportunidad de selfi encuentra, con su aspecto de antagonista de novela mexicana. ¿El término “asesinato colectivo”?, culpa de Santos. ¿Las marchas y manifestaciones?, infiltraciones del ELN. ¿La minga está en la Plaza de Bolívar?, pues entonces nos vamos para el Cauca. Por él, o asesorado por el fiscal Barbosa, quien debe poner cara de serio para inspirar respeto.

En estos casos en que el presidente se ha puesto el disfraz de serio alistándose para el 31 de octubre, ha hecho pasar por alto a la ciudadanía la intención loable de ir a los territorios para construir políticas de seguridad y de participación juvenil, y en su lugar ha quedado en el ambiente la imagen, una vez más, de la silla vacía.

 

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