El futuro no se hereda, pero tampoco debería ser una condena

No es extraño que en Colombia se hable mucho de «resistencia social» y que esta, termine aglutinando a los movimientos sociales con el interés de crear y transformar a los circuitos e identidades políticas que construyen lenguajes de movilización para valorar, analizar y asumir un compromiso capaz.

El futuro no se hereda, pero tampoco debería ser una condena

Columnista:

Luciana Avendaño

 

«Cercano está el momento en que veremos si el pueblo manda, si el pueblo ordena, si el pueblo es el pueblo y no una multitud anónima de siervos».

Jorge Eliécer Gaitán

 

Desde los inicios de la revolución cognitiva, hace más de 70 000 años, la necesidad de organizarse comunitaria y políticamente ha sido un rasgo característico de las civilizaciones humanas para establecer y dirigir la vida en sociedad. A partir de allí, el distanciamiento simbiótico entre los seres humanos y la naturaleza, permitió abordar el estudio de las culturas humanas desde una perspectiva más antropocéntrica, en que las formas de gobierno y organización política, han sido fundamentales.

Por tanto, con la aparición de los primeros tipos de Estado, las formas de gobierno evolucionaron con el fin de tomar decisiones de gran relevancia y fijar proyectos específicos, según la situación de los territorios que, en últimas, define a la selectividad estratégica del Estado a la hora de solventar conflictos.

Hasta ahí, nada nuevo. Pero, lo menciono porque, es necesario tener en cuenta que el Estado es una relación social. Es decir, no podemos analizarlo ni entenderlo solo desde sus instituciones o como un simple órgano de gobierno; es necesario tomarlo desde una perspectiva relacional, que nos lleve a comprender la forma en que se relacionan el Estado y la sociedad civil; siendo el primero —en palabras de Bernstein—, una forma de convivencia que varía entre el carácter político-social.

De tal forma, en su núcleo hay relaciones de fuerza, disputas, fragmentaciones de clases, conflictos y transformaciones; en otras palabras, logra percibirse como producto de los procesos históricos que se reflejan en su accionar y a su vez, es el centro donde se estructuran las relaciones sociales partiendo desde un ordenamiento jurídico que establece lazos de interacción entre dominantes y dominados; constituidos a través de lenguajes de autoridad.

Pues, al ser poseedor del monopolio legítimo de la fuerza, dispone de ella para imponer un orden estatal, siempre que perciba a la sociedad civil como peligrosa o, con interés de ir contra sus prioridades —ajenas a la importancia de salvaguardar la sostenibilidad de la vida—; fragmentando las relaciones y desatando conflictos de carácter político-sociales; acciones que toman importancia cuando se logra entender cómo la sociedad adopta y avala prácticas e imposiciones que en la mayoría de casos son violentas, sustentan la arbitrariedad y justifican el poder.

Por tanto, no es extraño que en Colombia se hable mucho de «resistencia social» y que esta, termine aglutinando a los movimientos sociales con el interés de crear y transformar a los circuitos e identidades políticas que construyen lenguajes de movilización para valorar, analizar y asumir un compromiso capaz de caminar con la diversidad de actores que establecen vínculos de cooperación voluntaria y recíproca, o sea, de acción colectiva.

Dicho esto, es claro que necesitamos un país en paz, y que para trabajar por ello, nadie vendrá a hacerlo por nosotros. Eso fue lo que entendieron hace más de veinte años —en 1997— quienes hicieron parte del proyecto Destino Colombia y, desde mi punto de vista, uno de los procesos de convergencia más enriquecedores en cuanto al análisis y la planeación por escenarios para fijar un camino que apuntara a sacarnos de tanta violencia. Sin embargo, con el pasar de los años y pese a los esfuerzos y resultados del momento, el país parece no aprender.

Destino Colombia, cuatro escenarios

Hacia 1997, el país vivía uno de sus tantos y peores momentos; se acercaba lo que unos llamaban «la llegada del tercer milenio» y, por supuesto, la coyuntura de la época, junto a la reciente Carta Política de 1991, suponían también, la cercanía de unos años donde se materializara el «Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes», del art. 12.

Pero, no fue tan fácil. Los colombianos no sabían qué hacer, la impotencia hacía sentir en algunos, que ya todo estaba perdido. Un negativismo que conducía a la incapacidad de solucionar los problemas. El narcotráfico, la corrupción, la violencia política y la falta de acceso a la tierra y de educación, junto a otros desafíos derivados de la globalización —económica— y de la sociedad en red, terminó afectando a la democratización de las estructuras del Estado, al punto de acorralarlas por los intereses de quienes han manejado las democracias de mercado con el objetivo de trasnacionalizar la acumulación de sus capitales, para diseñar las políticas que el Estado debe implementar.

Por ello, el propósito de Destino Colombia, no fue adivinar, sino planear escenarios futuros que trataron de reflejar la realidad del país en un lapso de 16 años; contó con la participación de 43 colombianos, todos de sectores muy diferentes: izquierda, derecha, académicos, autodefensas, campesinos, indígenas, intelectuales, investigadores, empresarios, gremios, movimientos guerrilleros, iglesia, militares, medios de comunicación y juventudes, con el fin de representar la heterogeneidad a nivel nacional.

Dicha metodología estuvo a cargo de Adame Kahane, mediador de conflictos que obtuvo éxito en países como Canadá, Chipre, Japón y en Sudáfrica al final del régimen del Apartheid.

Así pues, el proyecto tuvo tres etapas-taller, cada una desarrollada en 14 días: la primera se encargó de la planeación por escenarios; la segunda se enfocó en el análisis, selección de los 4 escenarios y divulgación; y la última, trabajó el debate. Según los resultados, el posible rumbo que tomaría Colombia hacia el 2013, estuvo entre estos:

Amanecerá y veremos. Todos a marchar

Estos dos escenarios, reflejaron lo que sería un país sumergido en el individualismo, el aumento en la desigualdad, desplazamientos, violencia, incapaz de organizarse y dar solución a temas de gran envergadura. Asimismo, a un Estado penetrado por la corrupción y a un gobierno dispuesto a dar soluciones a causas próximas de los problemas y no, a los básicos o estructurales que desde siempre, han demandado un tratamiento más serio; y, en gran parte estos escenarios fueron los que más se acercaron a la realidad. Especialmente, ‘Amanecerá y veremos’, que surgió de querer dejar todo para después, en manos del azar.

Con la salida de la administración de Pastrana y la llegada de Uribe a la presidencia, muchos esperaban que un hombre «con carácter», sacara el país a flote y lo pusiera a marchar, sin importar que se afectaran las libertades individuales y algunos derechos fundamentales como la vida. Pero por el contrario su discurso de seguridad nacional, hizo a un lado el concepto de seguridad ciudadana; concibiéndola generalmente desde el armamentismo para mejorar el orden y la seguridad pública, para traer protección a los ciudadanos, pero, sin estar soportada desde el desarrollo humano.

Por tanto, las ejecuciones extrajudiciales aumentaron, al menos con 6402 víctimas, según el último informe de la JEP —podrían ser más—; el acceso a la tierra quedó en manos de pocos: terratenientes, grupos armados ilegales y financiadores de estos, despojando a cerca de entre 4 y 6 millones de colombianos; corrupción, desempleo, muerte y hambre. No hubo necesidad de llegar al 2013, pues, antes de terminar la primera década del tan esperado milenio, los supuestos planteados por estos dos primeros escenarios ya se estaban cumpliendo.

Más vale pájaro en mano que ciento volando

Acá, la situación fue un poco diferente. Este conocido refrán, proyectó a un país con voluntad y capacidad organizativa, cansado de la guerra y dispuesto a sentar a todas las partes del conflicto armado, con tal de buscar una salida pacífica mediante el diálogo donde la escucha fuera esencial a fin de encontrar la verdad y así, recuperar la memoria. No fue sencillo. Organismos internacionales tenían los ojos puestos en Colombia frente a las graves violaciones de DD. HH. Pero, si bien es cierto que las negociaciones entre las FARC y el Estado iniciaron en septiembre del 2012, este escenario nos evidenció a una opinión pública dividida y escéptica frente al desarrollo y resultado de las negociaciones. Sin embargo, se logró. A pesar de que esto condujera a un triunfante ‘NO’ de 50,21 % en el plebiscito del 2016, frente a un ‘SÍ’ del 49.78 %.

La unión hace la fuerza

No obstante, este último logró analizar y proyectar a las acciones colectivas, resistencias y movimientos sociales inmersos en contextos de globalización y sociedad en red; identificando la necesidad de abrir espacios de participación a pluriversos capaces de seguir propiciando la construcción de un conocimiento decolonial y armónico con la naturaleza, la diversidad cultural y territorial; es decir, deconstruir el pensamiento e iniciar a sentí-pensarnos desde lo colectivo.

No podemos hablar de la construcción de una sociedad si el odio, impuesto por un sistema patriarcal soportado en el capitalismo neoliberal; lo instrumentaliza para ir en contra de quienes diseñan herramientas para la innovación social.

Enseñanzas para el 2022

Finalmente, esos catorce días de trabajo, le demostraron a todo un país que sí se puede trabajar desde la diferencia. Y que, el «ojo con el 22», debería asociarse a la oportunidad que tenemos como ciudadanos para apostarle a una decolonialidad del poder; es decir, a una cartografía diferente en la forma en que este es asumido, descolonizando a los paradigmas de la economía política para plantear una lucha antisistémica que brinde espacios nuevos y una comunicación más horizontal, inclusiva e imperativa, basada en el reconocimiento de la otredad desde el respeto, la escucha activa, la acción y participación.

Porque en conclusión, ya es hora de que la paz y el desarrollo en Colombia se sustenten desde la inversión social, el buen vivir y la democratización de la palabra para mantener el compromiso de construir sociedades donde se pueda recuperar esa simbiosis ancestral que ha ido perdiendo el ser humano con la naturaleza y su entorno, uno en el que todos podamos ser parte, teniendo la misma igualdad a ser diferentes y valorados. Porque en efecto, es la diferencia la que nos exige emplear estrategias comunicativas para construir, reconstruir y deconstruir identidades, sentidos sociales, políticos y culturales que nos ayuden a convivir en colectividad e incluso, a nivel personal.

 

Adenda. ¿Seremos capaces de planear mejores escenarios para el 2022 que los mencionados anteriormente o por el contrario, deberíamos seguir condenándonos?

Ilustración: Eugenia Mello 

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