El régimen asusta

Si en el 2022 llegaren a perder el poder, seguramente hombres como los que hicieron parte del comando sicarial que asesinó al presidente de Haití, estarán prestos a generar el caos y a asesinar a los intrusos. De seguro, lo veremos. 

El régimen asusta

Columnista:

Germán Ayala Osorio

 

Con ocasión de la pandemia, los consecuentes encierros y los mea culpa que muchos hicieron por la imborrable huella que venimos dejando en el planeta, corrió la idea-sueño de que al pasar el escenario pandémico, los seres humanos seríamos mejores. En particular, para el caso colombiano, esa idea-sueño cayó muy bien entre los optimistas que parece que olvidaron las complejidades que rodean a la condición humana que, en precisos momentos, se torna aviesa y extremadamente peligrosa. Y si con esas dos características deciden actuar quienes ostentan poder, todo régimen político se va a tornar peligroso y despiadado. Baste con mirar lo que viene sucediendo en Venezuela, Cuba y Colombia.

Al revisar lo acontecido en nuestro país durante el degradado conflicto armado interno, con su estela de víctimas mortales, los millones de desplazados, los cientos de miles de desaparecidos, los torturados y perseguidos, así como los jóvenes asesinados por agentes estatales y que hacen parte de los llamados «falsos positivos», no es difícil pensar en que algo está mal en la sociedad colombiana.

Después de que el proceso de paz de La Habana nos hiciera pensar en la posibilidad de consolidar una paz estable y duradera; esa quimera se fue desvaneciendo en medio del sistemático asesinato de líderes sociales, y de excombatientes farianos que se dieron una segunda oportunidad, dejando las armas. Las más de 50 masacres solo en este 2021 dan muestra de la villanía de los autores materiales e intelectuales.

Todo lo anterior es suficiente para pensar que algo pasa no solo al interior de la sociedad colombiana, sino dentro del régimen de poder. Pero faltaba más: la violenta reacción del régimen colombiano ante las legítimas movilizaciones, soportadas estas en un creciente malestar social y político y en un profundo rechazo al uribismo, en particular por parte de los jóvenes. Y entonces, se confirma que la aviesa condición humana constituye, en quienes dieron las órdenes de disparar, perseguir y asesinar a los marchantes, un valor intrínseco compartido, por supuesto, con quienes solo cumplieron las órdenes sin mayores disquisiciones. Dejaron de pensar, diría Hannah Arendt, al momento de caracterizar a Eichmann y a partir de allí, acuñar la categoría la banalidad del mal.

A pesar de que asistimos a una aparente tranquilidad, lo cierto es que las tensiones están allí y solo falta arrojar un fósforo, para que la «fiesta de la guerra urbana» nuevamente se tome las calles e inunde de dolor las comunas de ciudades como Cali, Medellín y Bogotá. Lo que más preocupa es que la siniestra y cínica forma de proceder del Gobierno colombiano es compartida por millones de connacionales; circunstancia que probaría cuán enfermo se debe estar para defender a dentelladas una porción de poder, una relación social y política sujeta al histórico clientelismo y a la corrupción, su expresión más visible.

Por todo lo anterior, hay que reconocer que el régimen de poder colombiano asusta, intimida y estremece. Y quizás lo que más aterra es que ante la posibilidad de que sus más connotados miembros pierdan el poder en las elecciones de 2022, la violencia volverá a las calles y a los campos, porque aquellos malos perdedores, preferirán «hacer invivible la República», antes de entregarle el poder a una opción política que intente devolverle la decencia al ejercicio de lo público, de la política, pero por sobre todo, que busque denodadamente, desprivatizar el Estado.

Si en el 2022 llegaren a perder el poder, muy seguramente hombres como los que hicieron parte del comando sicarial que asesinó al presidente de Haití, estarán prestos a generar el caos y a asesinar a los intrusos. La frase «ojo con el 2022» se puede entender de muchas maneras. Y como el actual régimen aterroriza, es posible que se trate de una amenaza. Solo espero no oír, durante y después del venidero escenario electoral, un “¡Ajúa!”, como exclamación de una pírrica victoria, pues solo serviría para confirmar que no habrá pandemia que nos haga superar esa natural condición aviesa de la que por estos días, muchos parecen sentirse orgullosos.

 

Nota: la versión en inglés de esta columna se puede leer aquí.

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