Esconder a la otredad

Esconderse en un papel, en un rol sexual o de género normativo puede que sea una decisión consciente muchas veces para sobrevivir y pasar desapercibido en una sociedad homofóbica que margina a lo otro.

Esconder a la otredad

Columnista:

Haider Guerra

 

Algunas veces en la clandestinidad todo es más bonito, tienes más paz. Esa es la ventaja del armario, dos hombres o dos mujeres, encarnando lo «pecaminoso» que les han dicho que son, como han sido definidos. Detrás de la casa frente al río, en la noche o en un solitario atardecer, en la finca lejana donde nadie va, en la carretera lejos del pueblo. En un puente a las 8 p. m. donde casi todos están en casa viendo algún programa televisivo, en la soledad, se dan un primer beso.

Por lo general es un beso que nunca existió, es un beso efímero, sin trascendencia.

Si bien, ellos aprenden a no mostrar nunca nada que los pueda exponer, a saber, esquivar las conversaciones incómodas, a escuchar atentos como se describen unos a los otros y como los describen a ellos, ¿Qué son ellos? Se preguntan siempre, le preguntan a algún dios, oran y le cuentan. No responde.

Responden otros por Él. Responde la vecina, responde la tía, responde el señor de la tienda que no los conoce, pero cree conocerlos. A veces sí sabe de su parte «truculenta», cree conocerlos, y dice que son esto o son lo otro.

Callan en ese momento.

Hay unos que son más visibles, abiertos, es la señora que arregla sillas, bueno, es carpintera, también ha trabajado como albañil, tiene tres hijas. No tiene marido, pero se viste de «hombre», ¿Por qué se viste de hombre? ¿Serán incómodos los vestidos, serán calurosos para ella? ¿Quién es ella? Se preguntan todos. ¿Cómo es capaz de vestirse de esa forma en un pueblo tan pequeño donde todos te ven, acaso eso está bien? Desapareció una mujer, alguien dijo. Sin embargo, ella es trabajadora, mantiene a sus hijos y en algún momento tuvo marido, entonces la gente deja de pensar en ello porque ya ha sido algo más que eso, que quizás sea. En una ocasión se escuchó de una chica que gustaba de otras mujeres, que tenía amigas con las que se encerraba en el cuarto en el que un día alguien la «pilló». Estar en el cuarto con amigas lejos de ser algo normal también era un lugar de clandestinidad lésbica. Ella se casó con un señor mucho mayor que ella al que no amaba (según dicen), no obstante. que le ayudaría a tapar esa parte suya. Quizás era un gane y gane, el señor mayor con la joven mujer encontró compañía y ella pudo callar voces, ejerciendo otra actuación. El rol de la mujer heterosexual.

Alguna persona le comentó a otra que un chico se había ido a estudiar hace tiempo, que se veía “normal”, que iba al colegio, iba a las discotecas y a las cantinas uno que otro día, no se veía mucho, pero lo veían. Un día mandó una carta de invitación a sus padres, una invitación de matrimonio se casaba, ya vivía en una ciudad desde hace tiempo. Se casaba con otro chico. Sus padres no fueron. Las excusas que han de haber dicho para no asistir han de ser muchas: no hay dinero, el trabajo está muy pesado, no hay quien se quede a cuidar a las gallinas, a los perros o al gato. No hay porque tratar de responder esto, el porqué de su ausencia, porque es algo trivial, que la gente asume, lo normalizado.

Quizá nadie fue y él se casó solo, en el anonimato, digo yo, quizás él no volverá al pueblo por lo que pasó. Como solo volvía un hombre gay que vivía en Bogotá y que según lo que todos expresaban con tono despectivo, se travestía en la ciudad y cuando volvía se vestía con «decencia». Me pregunto cómo hacía para volver cada año sabiendo lo que pasaba y lo que decían de él cuando no estaba, quizás el chico que se casó también vuelva en diciembre más heteronormado y con algún «amigo», el amigo que quería conocer el pueblo. Todos como ellos se van y vuelven, por lo general vuelven solos, para que quieran compañía, ya es demasiado que quieran ser algo tan… como son ellos o lo que sea que comenta la gente con sus pensamientos retrógrados. Los dos hombres afeminados, más visibles del pueblo murieron solos y cargados de estigma, no me refiero a la soledad sin gente al lado, pero si murieron sin pareja, la pareja negada, sin eso a lo que todos quieren llegar cuando definen amor, hasta lo que se sabe. Quizás tenían muchos amantes clandestinos, inexistentes, de los de una noche, los que van al río a medianoche donde nadie puede ver y desaparecen en la oscuridad.

Entonces la gente como ellos, como los mencionados, aprenden a esconderse en todas partes, por lo general a pasar desapercibidos y a no exponerse, la exposición trae consecuencias. Nada es cuestión de azar, los escondites son muchos, es la ropa que usan a diario, los caminados, los ademanes que no se muestran, los roles de género normativos. También puede ser el trabajo que escogen y donde se quieren desarrollar como persona, porque muchos trabajos han tenido una carga social de género por mucho tiempo. El estatus social donde te mueves, también te puede hacer más o menos visible, la buena familia. La «buena» familia te esconde más.

Esconderse en un papel, en un rol sexual o de género normativo puede que sea una decisión consciente muchas veces para sobrevivir y pasar desapercibido en una sociedad homofóbica que margina a lo otro, aunque por otro lado la obligación de asumirse, salir de ese lugar donde todos los quieren ocultar conlleva a un peso. Huir de esas definiciones estandarizadas del ser, puede ser utópico cuando se está direccionado a asumirlo sin queja alguna. La escogencia de salir de ese lugar muchas veces puede no ser en sí una elección. Es un atrevimiento. Si rasgas el rol con las ideas contemporáneas tendrías que asumirlo, tomar un nuevo rol en la mirada de todos y ser valiente. Arriesgar y ser. O esconderse sistemáticamente.

 

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