La impudicia del gran hombre  

La esperanza del escenario público se localiza en el rostro de este candidato y por ahí nos vamos yendo medio trabados hasta el día de las elecciones.

La impudicia del gran hombre   

Columnista:

Santiago Vanegas

 

El actual panorama electoral obliga a preguntarse por la representación social de los personajes que participan en la vida pública del país. Es imperativo fijarse en la producción de las imágenes y los titulares que hay detrás de ella.

Los medios de comunicación masivos y las plataformas de streaming han venido produciendo un discurso ejemplo, o discurso modelo sobre el político nacional, lo cual ha derivado en la figuración de un candidato renovado (nueva era) que moviliza los valores de la familia, el capital, la espiritualidad, las relaciones de género, las políticas de reconocimiento, la independencia partidista, etc. Se hace eco de un hombre revestido de reputación, al cual no se le endilgan faltas morales y cuya imagen proyecta rectitud y pujanza, en el sentido arriero de la palabra, un camino labrado por el esfuerzo propio donde la capacidad individual y la libre agencia son las llaves de la avanzada. Podría tratarse de un personaje estéril, del cual se borran los rasgos de humanidad, y en su lugar se presenta un relato heroico, tal vez aséptico. 

El rol de proveedor —el padre de familia— es cualidad de este gran hombre, que funge como la cabeza de un cuerpo sin valimiento, la esposa y los hijos sugieren la idea un bonito conjunto de blusa y pantalón, y el padre, quien viste las prendas. En este escenario la responsabilidad monetaria y el ejercicio paterno, producen una imagen ejemplarizante e identificadora imposible de ser ignorada por las audiencias. Todos quisiéramos ser ese sujeto: hombre de familia, deportista, amable, hijos divinos, esposa hermosa, foto estudio, sonrisas, abrazos, hábitos de vida saludable; la abundancia visible, la que se riega y desborda el balde; el discurso racionalizado expone la vida personal del político, lo transforma y lo escupe a través de un filtro virtual. Es una forma de embellecer al sujeto que tiene aspiraciones de gobierno y por ahí derecho desmarcarlo de la mirada despreciable que recae sobre la figura del político tradicional.  

En esta escenografía se vislumbra una desmesura de lo ordinario, de lo común, el tomo de una personalidad excesiva en la normalidad de su interpretación. La desmesura se presenta en la forma de una figura realizable. En apariencia todos estamos cerca de ser el mismo sujeto, rehuyendo de los atributos sofisticados y elaborando una misma línea de actuación. La verdad de su construcción radica en la nobleza de sus palabras y la levedad con la que expone su visión del mundo, en esa radiación caemos muchos, casi todos, que son los mismos que votamos. Con la oración se limpia el desasosiego del electorado y se elabora una mímica optimista de la política colombiana.

La modernidad se hace carne en la imagen de este sujeto y lo remueve de su estaca en la silla del poder, lo vuelve una ilusión de hombre corriente lanzado a la unidad de los frentes políticos y la incorporación de la ciudadanía a los asuntos del Estado. El deseo político se hace espectro, es decir, su aparición se vuelve alimento para la añoranza de la gente. Su representación es posibilidad y por eso su presencia reverdece en la escena de la lucha electoral, aunque sea una actuación.

A su vez aparece el agente del capital, en sus manos recae el papel de articulación empresarial y financiera para la generación de riqueza, en contravía de la redistribución, la solapa de este sujeto es atomizar la riqueza, de ahí que sus primeras acciones sean visitar las regiones y recorrer los territorios; es el recorrido de la seducción de los amantes al poder que salen de un lugar céntrico y cruzan a los espacios con potencial céntrico, en lo económico, solo en ese sentido, o por lo menos en gran medida, así se vislumbra su habilidad de vendedor del proyecto de nación. Es la intervención de un facilitador de mercados y no de un agente del Estado, es la imagen viva de un vendedor puerta a puerta cuyo producto es el Estado-nación.

Adicionalmente, se construye la idea de un sujeto duro con la seguridad, haga de cuenta el temerario vaquero del Medio Oeste que llega a un poblado a impartir el orden y arrinconar a los delincuentes. El espíritu intacto del zorro. Uno con encubrimientos y hazañas del viejo zorro, en el sentido de la astucia y lo avispado para resolver los debates públicos y promover una imagen de sí apetitosa, fácil de digerir por la ciudadanía. Cuando el cine era mejor que la vida, así aparece el personaje político.

La esperanza del escenario público se localiza en el rostro de este candidato y por ahí nos vamos yendo medio trabados hasta el día de las elecciones. Ahora bien, no estamos eximidos de la desconfianza, no estamos en el momento de ocultar la mirada quisquillosa; por el contrario, debemos interrogar de pies a cabeza a este sujeto antes de la hora de llegada. Que su representación nos cause molestia desde el primer día que empiece a recoger firmas.

¡Que lo impoluto no nos quite el criterio!    

 

 

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