La pobreza frente a la “crítica” del colombiano común

La vida del pobre no solo se limita a no poseer artículos necesarios hoy en día y demás «lujos», sino que también se encuentra sometida al juzgamiento público, no solo de los ricos, sino también de aquellos que posan como personas “acomodadas”.

La pobreza frente a la “crítica” del colombiano común

Columnista:

Miguel Villa Escorcia

 

Colombia, al parecer vive condenada a no tener una primera ni segunda ni tampoco una tercera oportunidad que permita verdaderamente transformar las condiciones de vida de los aproximadamente 16 millones de personas que viven en la pobreza monetaria, evento que el diario el Mundo de Medellín afirma: 

(…) El índice de pobreza en la población colombina, tal y como se ha registrado, para el año 2018 fue del 27% de la población, lo que significa que hoy puede ser muy superior y que el asunto es muy grave, siendo que en el país “hay en total 48 millones 258 mil 494 habitantes”. Si ello es así, y debe serlo pues lo dijo el Dane (julio/2019), está claro que actualmente existen mucho más de 16 millones de colombianos en medio de las nefastas y deplorables situaciones que genera la pobreza. (Guerra, 2020) 

Sin embargo, el optimismo dominante en Colombia es lo que, considero, permite sobrellevar las cargas de no ver ese anhelado punto final de ese largo párrafo de pobreza. Ese optimismo, esa actitud o teoría, tal y como la entiende el psicólogo experimental Steven Pinker que plantea:

(…) todos los males se deben en gran medida a un conocimiento insuficiente. Los problemas son inevitables, porque nuestro conocimiento siempre estará infinitamente alejado de la completitud. Asimismo, plantea que los problemas son solubles y cada mal particular es un problema que puede ser resuelto. (Pinker, 2018) 

Colombia, tal y como la apreciamos hoy y, teniendo en cuenta la enorme cantidad de contratiempos que día tras día se presentan y los cuales no vale la pena mencionar pues son de conocimiento público, es un país habitado por personas que podemos clasificar en optimistas racionales y optimistas ingenuos, en donde los primeros son conscientes de sus problemas y la forma en que estos deben ser resueltos, ya que, comprenden que es un ejercicio que compete tanto a la persona misma como al Estado, pero que en Colombia se vuelve una tarea dificultosa si permanentemente la corrupción; ese eterno mal, plaga las instituciones garantes de buscar el bienestar común de la sociedad. Y por optimistas ingenuos, podemos señalar a aquellos que creen que sus dificultades serán resueltas, así como así y que el Estado no juega un papel relevante en mejorar la calidad de vida de las personas y que además, tienden a identificarse con expresiones tales como «el pobre es pobre, porque quiere». Sin embargo, ¿cómo podemos ser optimistas racionales, sin una base educativa de calidad? ¡observan aquí la responsabilidad del Estado!

Ahora bien, más allá de que muchos colombianos quieran transformar sus vidas de forma integral, sucede que, como afirma Russell (1983):

La mayoría de los hombres y de las mujeres, en tiempo normal, pasan a través de la vida sin contemplar, ni criticar, ni sus condiciones propias, ni la de los demás, sin hacer algún esfuerzo por recapacitar más allá de lo que requiere el momento.

Lo anterior, permite entonces, plantear una postura reflexiva que nos permita comprender la idea central del escrito y a su vez, proporciona también, percatarse de los contextos en los cuales se desenvuelven los problemas de los colombianos pobres.   

En ese sentido, lo curioso de esa actitud de pasividad y tranquilidad que poseen en su mayoría algunos colombianos frente a las dificultades que por mucho tiempo han golpeado a millones de ellos, es que deja de ser pasiva y tranquila y toma el camino de la crítica irreflexiva, pues, sin mucha premeditación lanzan juicios de valor, los cuales, considero, muestran rasgos muy intrínsecos de la personalidad de quien los emite. Esta característica de las personas de «bien» perteneciente a una clase social opuesta a aquella conformada por personas que han hecho de su «vida» una forma de sobrevivir sin la dignidad que amerita cualquier tipo de vida.

Por tales motivos, esta crítica irreflexiva y arbitraria tiende a dirigirse hacia los pobres; aquellos desfavorecidos, aquellos olvidados y marginados, los cuales a sus vidas han llegado pocas oportunidades — verdaderas oportunidades— y no hago referencia a cuestiones extraordinarias, sino a cuestiones que permitan transformar su realidad. 

No olvidemos a Tasajera, ese lugar «olvidado y marginado» por el Estado y desangrado por la corrupción, perteneciente al corregimiento de Puebloviejo, departamento del Magdalena y cuya existencia la mayoría de los colombianos desconocen y cuyo reconocimiento se hizo nacional por un buen tiempo debido a la tragedia que lo enlutó y por el desconocimiento de ciertos problemas sociales deja ver; por qué la condición de pobreza es criticada sin la mínima meditación y prudencia.

Intentar comprender aquellos desafíos sociales que ninguno hasta ahora hemos experimentado, no es justificar los motivos que llevaron a más de 50 personas pretender robar el combustible del camión volcado, ya que, el acto de hurtar no tiene justificación, pero sí considero, una explicación y más cuando las acciones de esas personas muestran que el hecho de soslayar el denominado sentido común o conocimiento vulgar sin importar el riesgo que se corre, no debe tomarse sin una reflexión pertinente que muestre qué aspectos sociales, políticos, históricos y culturales impulsan a esas personas a realizar tal acción. 

Pero la cosa no funciona así, ya que, no se realiza el debido análisis de la situación, solo se vuelcan a criticar el cómo de la situación o de la acción y no el porqué de la situación. Así, como tampoco se preguntan el cómo y el porqué ha sido posible que durante mucho tiempo los habitantes de ese corregimiento y pueblos aledaños hayan han logrado vivir o mejor dicho, subsistir de forma tan precaria, aberrante, miserable y desgraciada por tanto tiempo. Claro está, esto no solo es propio de la región Caribe, cada departamento y ciudad tiene su propia desgracia, su propia Tasajera.

El hecho de juzgar las acciones de los pobres se convierte en la praxis por excelencia de la mayoría de personas que tienden a quedarse en la situación misma. Al pobre se le juzga, por no ser sincero, por no aprovechar las «oportunidades», por querer y buscar una mejor condición de vida, por querer salir da la pobreza,  por tener sueños, por levantar y exigir sus derechos, por querer más de lo que necesita, por sus decisiones y por supuesto, se le juzga por ser pobre.

No obstante, a las personas con una condición económica notable o excesiva y que han estado envueltas en casos de corrupción, quién les juzga, quién juzga socialmente a los Nule por el cartel de la contratación, quién juzga o crítica al actual ministro Carrasquilla y sus famosos bonos que, por cierto, Tasajera es uno de esos pueblos que se vio afectado por este canalla que hoy tenemos de ministro y que el subpresidente defiende.

Quién juzga a la familia Char y la cantidad de contratos de discutible legalidad celebrados en las diferentes administraciones en Barranquilla, quién juzgó a los Char con relación a la revelaciones que hizo la exsenadora Aida Merlano sobre la compra de votos en la región Caribe y de lo cual son cómplices esas personas de «bien» en Barranquilla para épocas de elección y por supuesto, cómo olvidar al fiscal anticorrupción capturado por corrupción, pupilo de Martínez Neira. Este último, fue participe con la sociedad Sarmiento Angulo en el caso Odebrecht.

De los anteriores personajes, podemos afirmar que varios de ellos han sido capturados y también han sido criticados y expuestos al escarnio público, pero sobre ellos, solo se juzga la acción, más no el hecho de ser ricos y robar, hurtar y saquear el erario público. Esto es muestra del doble rasero que tenemos y el juzgamiento selectivo que empleamos en determinadas situaciones.

Recientemente, se publicó en el diario El País de España una investigación de la Universidad de Harvard, en donde a través de 11 experimentos las investigadoras muestran que las personas de bajo ingresos son juzgadas de manera más negativas por consumir los mismos artículos que otros con mayores ingresos, lo que añade una presión extra a las restricciones materiales que ya sufren.  De igual forma, el mismo estudio muestra que se considera superfluo para una familia pobre pretender vivir cerca de un hospital o en vecindario seguro, lo que sugiere que un pobre es caprichoso al intentar buscar una zona segura para vivir. 

La anterior referencia, evidencia nuestro comportamiento frente a las personas de menos recursos, ya que, optamos, desde posiciones totalmente desiguales intentar dirigir y hasta limitar las decisiones de los pobres.

En definitiva, la vida del pobre no solo se limita a no poseer artículos necesarios hoy en día y demás «lujos», sino que también se encuentra sometida al juzgamiento público, no solo de los ricos, sino también de aquellos que posan como personas «acomodadas» que a través de un discurso segregacionista buscan distanciarse del pobre en cualquier aspecto de la vida. 

 

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