La señora «infodemia», hermana perversa de la pandemia

Las solas medidas restrictivas como el aislamiento riguroso en casa, aunque contribuye claramente a ralentizar el contagio, no son una opción sostenible a mediano y largo plazo.

La señora «infodemia», hermana perversa de la pandemia

Columnista:

Andrés Arredondo 

 

La infodemia sobre la pandemia del coronavirus es, tal vez, una de las pestes más problemáticas de afrontar, pues no solo eleva la paranoia y muchísimas veces la desinformación sobre los estragos del virus, sino que también induce actitudes clasistas, individualistas y estigmatizadoras sobre quienes no se comportan como dicen los discursos oficiales que hay que comportarse.

Después de diez meses de decretada la situación de pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) queda claro que en múltiples ocasiones la ciudadanía, en todos los países, asume actitudes que van desde la descerebrada postura negacionista estilo Trump, hasta el confinamiento obsesivo motivado por el miedo que despierta el creer que el virus «ya está en el conjunto de al lado». Pero, de igual manera, se hace evidente que a pesar de las histriónicas demostraciones de los gobiernos nacionales y locales en procura de afrontar la peste, esas medidas han resultado en muchas ocasiones inoportunas, poco pertinentes o abiertamente utilizadas para justificar políticas autoritarias, como la renuencia a autorizar sesiones en el Congreso de manera presencial atendiendo las mismas medidas de bioseguridad que, paradójicamente, el propio Ejecutivo dispone para eventos o escenarios incluso con más riesgo de contagios, como el transporte aéreo, o el funcionamiento de tabernas y otros establecimientos públicos.

Un segmento de la nube tóxica de esa infodemia, tal vez la parte más dañina, la constituyen las piezas de información en forma de memes, falsas alertas, mágicas fórmulas médicas, estadísticas amañadas o hechas a mano alzada y un sinnúmero de «piezas» o post que se envían y reenvían a una velocidad de contagio de WhatsApp que hace palidecer al propio COVID-19.

Es un hecho que las solas medidas restrictivas como el aislamiento riguroso en casa, aunque contribuye claramente a ralentizar el contagio, no son una opción sostenible a mediano y largo plazo, no solo por las múltiples secuelas anímicas o emocionales que los largos aislamientos pueden acarrearle a quienes pueden darse el lujo de permanecer «en casa», sino porque cierto nivel de afrontamiento del bicho por parte de la población es necesario en procura de aquella anhelada y fantasmagórica inmunidad de rebaño.

El otro aspecto tenebroso de la infodemia es la imposibilidad de determinar o hacerse una imagen clara sobre la real capacidad de los servicios médicos; en particular, frente a las discrepancias entre las autoridades y entes de control respecto a la disponibilidad de recursos humanos, locativos y operativos para atender la emergencia, tal como se presenta en la actualidad en Bogotá, donde la Alcaldía dice disponer de cierto número de camas, pero la Personería ofrece unas cuentas muy diferentes. Otro escenario opaco es la efectividad y confiabilidad de las vacunas, sumado para el caso de Colombia al enigma del inicio de las vacunaciones; en contravía de lo que sucede en muchos países de la región y el mundo.

Entre tanto y salpimentada por una buena dosis de desinformación y miedo, la ciudadanía trata de comportarse lo mejor que puede esperando que el tren de la montaña rusa del virus y de las cifras no se lo lleve por delante. La mayoría de esa ciudadanía que no tiene la posibilidad de encerrarse en sus casas, pues asume que será quizá mejor morir del bicho que de hambre, vive los estragos de la pandemia y su gemela perversa la infodemia como una pesadilla distante pero presente. Un monstruo invisible que se combate con lo que nos dicen que hay que hacer: saludo de puñito, tapabocas perpetuo, tarrito push push de alcohol con una adición de lo que cada quien tenga a bien armar como menú personalizado de recetas leídas en las pantallas de los grupos y redes sociales. 

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