¿Por qué en Colombia no emerge un outsider?

Poco importa el desprestigio de los partidos tradicionales, pues siempre terminan configurando mayorías en ambas cámaras del Congreso.

¿Por qué en Colombia no emerge un outsider?

Columnista:

Fredy Chaverra

 

Todos las variables subjetivas y objetivas están alineadas para que en el convulso escenario político que vive el país irrumpa un liderazgo carismático distante a los partidos tradicionales o los sectores alternativos institucionalizados y se convierta por cuenta propia en un presidenciable. Un auténtico «desconocido» que pulverice los intereses electorales de toda la centro-derecha uribista y la centro-izquierda y que llegue a la Casa de Nariño. Los principales factores que me llevan a pensar en la eventual irrupción de un outsider criollo tienen que ver con la persistente desconfianza de los colombianos en la clase política representada en los partidos y especialmente, en el Congreso (las instituciones más desprestigiadas en todas las encuestas de percepción); la peor crisis económica de la historia reciente (derivada de la situación pandémica y la desigualdad crónica); la facilidad de posicionar proyectos de corte populista a partir de medios de comunicación no tradicionales; y, el profundo pesimismo que recorre el país. El plato está servido, ¿y dónde está el outsider?

Primero, hay que aclarar que con el concepto hay mucha confusión. En términos simples y sin caer en las exigentes teorizaciones de los politólogos; al hablar de un outsider se hace referencia explícita a una persona, que sin tener experiencia o relación con los partidos dominantes en un sistema político, se alza con el poder. Por lo general, son una respuesta coyuntural y profundamente popular a una crisis social o económica, a la cual la clase política no le ha dado una respuesta satisfactoria o eficaz. Un ejemplo, es Donald Trump, quien, sin tener una gran trayectoria en las filas del Partido Republicano, no solo le ganó la nominación en las primarias a políticos de carrera (Ted Cruz o Jeb Bush), sino que ganó la Presidencia agitando un discurso antipolítico y antiestablishment. Aunque Trump no era desconocido en el país (ya fuera por sus escándalos sexuales o programa de televisión), su victoria fue la clásica bofetada de un outsider a los poderes dominantes. 

A pesar de la fragilidad de las democracias en Latinoamérica, desde la denominada «tercera ola de democratización» (según Huntington a partir de 1974), se han presentado solo dos casos notables: Fujimori y Chávez. Ambos llegaron a la Presidencia pulverizando sistemas de partidos anacrónicos; en medio de profundas crisis sociales; y, lograron construir regímenes autoritarios que a la postre degeneraron en personalismos corruptos. Aunque las diferencias entre sus enfoques, perspectivas y gobiernos son amplias; en su elección sí se encuentra la respuesta coyuntural y colectiva, que una sociedad convulsionada encontró a una crisis sin respuesta. No deja de resultar curioso que hoy en día, tanto Perú como Venezuela sean los países con mayor inestabilidad política e institucional de la región; Perú bajo la sombra tutelar del fujimorato (en cabeza de Keiko) y Venezuela sometida a una revolución de hambre y miseria, ¿el legado de los outsiders?

Volviendo a Colombia, algunos creen que Uribe, Petro o Fajardo, son outsiders (en los dos primeros, tal vez, al confundir el concepto con matices del populismo). Nada más alejado de la realidad. Uribe nunca fue un outsider, porque venía de las entrañas del liberalismo; Petro inició su trayectoria en la Alianza Democrática M-19 y desde 1997 ha integrado cuatro partidos; además, fue representante, senador y alcalde. Es un político de carrera. Y Fajardo, tal vez con su llegada a la Alcaldía de Medellín, en 2003, configuró un fenómeno local de outsider (avalado por un partido étnico) que rompió con los esquemas de la clase política tradicional, que, desde 1987, se venía repartiendo el poder en la ciudad; sin embargo, tras su paso por la Alcaldía y su posterior llegada a la Gobernación de Antioquia fue perdiendo ese perfil y ahora es una ficha de la centro-derecha y parte del establishment.

Aun cuando las condiciones sociales, políticas y económicas lo puedan «permitir», es poco factible que en el país emerja un outsider. Poco importa el desprestigio de los partidos tradicionales, pues siempre terminan configurando mayorías en ambas cámaras del Congreso; la derecha goza de la elasticidad suficiente para establecer acuerdos de gobernabilidad entre el poder central y regional; la centro-izquierda está en deuda de organizar un bloque de unidad; los colombianos no tienen la sana costumbre de castigar en las urnas a la clase política, y finalmente, en Colombia el poder económico tiene una relación tan estrecha con el poder político que no permitiría que irrumpiera un desconocido que, tal vez, pudiera desequilibrar su capacidad de control (a no ser que sea ese poder el que lo promueva). Seguro, el próximo presidente será elegido entre la baraja de los casi treinta candidatos que andan sonando, todos con algo en común: ninguno calificaría como outsider. A todas estas, ¿necesitamos uno?

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