Tras la superficialidad del madrazo

La manera en que razonamos se acerca bastante al discurso de la sinrazón. Se opina en todos los casos y temas, inclusive, en los 280 caracteres permitidos por Twitter se tiene la solución a muchos de nuestros problemas más complejos.

Tras la superficialidad del madrazo

Columnista:

Juan Carlos Lozano Cuervo

 

En principio, no es para escandalizarse. Quién en un momento de alegría o impotencia no recurre al madrazo como desahogo. Lo cuestionable sería las circunstancias de tiempo y lugar, y claro, el motivo que llevó a su utilización. Pero, quedarse en el madrazo es mirar la hoja que cubre el bosque.

El debate público colombiano es precario. Solo basta observar la forma como se “debate” en redes, en donde se respeta lo que no se debe; es decir, se ataca ferozmente a la persona y se respeta la idea, cuando es precisamente, al contrario. La manera en que razonamos se acerca bastante al discurso de la sinrazón. Se opina en todos los casos y temas, inclusive, en los 280 caracteres permitidos por Twitter se tiene la solución a muchos de nuestros problemas más complejos.

Claro, es más fácil atacar al Otro que razonar con él; convencidos de tener la razón se lanzan en contra para convertirlo. Estamos ante una especie de cruzada para traer de nuevo al redil a tanto descarriado. Más allá de defender el consenso, el cual a pesar de odioso es necesario, se trata de reflexionar en la manera en que damos la discusión. Aquí, el sentido común es el menos común de los sentidos. Y es precisamente, el sentido común instalado como uno de tantos temas al que deberíamos prestarle atención.

Debido a la difícil situación que afronta el país en materia económica, marcada por un alza sostenida del desempleo, cualquiera pensaría que la discusión debería girar en torno a la reactivación económica y las medidas tendientes a cuidar el tejido social, de lo contrario, recomponerlo nos tomaría mucho tiempo con sus respectivos colaterales.

Ante una crisis pandémica que claramente ha superado los esfuerzos de un país mal planificado; de hecho, construido a manera de colcha de retazos, por la posibilidad de recibir ayuda de parte de países con personal médico – asistencial entrenado y disponible, nuestra respuesta es no. Al respecto, la negativa no sería del todo cuestionable si las razones fueran técnicas, como, por ejemplo: que el personal no tenga el entrenamiento apropiado, entre otros aspectos. Pero, no, la “razón” es que vienen de un país comunista. Aunque, esto no es exclusivo de Colombia, porque senadores estadounidenses presentaron un proyecto para castigar a los países que reciban las brigadas médicas cubanas.

Afirmar que nuestro problema se soluciona con la compra de ventiladores para las unidades de cuidado intensivo es simplemente hablar sin siquiera conocer el funcionamiento de una UCI y desde la comodidad de no estar en la primera línea frente al COVID-19.

En un país como Colombia donde la noticias, columnas y análisis tienen una obsolescencia percibida y programada de 24 horas, es complejo reflexionar. Convendría informarse, por ejemplo, de cuantos médicos y personal asistencial tiene Colombia entrenado en cuidado crítico, asimismo, de qué se está hablando en Congreso, de eso, del trabajo legislativo, dependerá en buena forma la reactivación de la economía del país. Si usted se acerca a este tema, encontrará que vienen proyectos contrarios a las preocupaciones del común, sirva de ejemplo: crear el día de Esthercita Forero, o, en su momento, el debate en torno al proyecto que buscaba que el carriel antioqueño se considere patrimonio cultural de la nación. Hoy, es más importante que nunca no desviarnos de lo importante: hacer control político a la gestión de los gobernantes, aquello es fundamental teniendo en cuenta que de las decisiones que se tomen ahora dependerá en buena medida la salida a la crisis.  

Quedarnos en el madrazo es superficial. Asimismo, aprovechar un episodio de rabia de un menor para atacar a su progenitora, que, además de bajo, desecha todas aquellas actuaciones de aquella que valdría la pena discutir. Esto recuerda las palabras de Jesús cuando decía que los escribas y fariseos colaban el mosquito y engullían el camello. Es urgente mejorar nuestros argumentos en busca de elevar la discusión pública enfocándonos en lo importante, haciendo posible un gobierno por discusión, por supuesto, si usted no está contagiado del pesimismo antropológico que observa una discusión razonada como cosa de países desarrollados.

Lo que ocurre es que la noticia de hoy, que expira en 24 horas, es el madrazo de la Lozano, lo cual equivale a colar el mosquito, pero el camello, estaría en el poco o nulo debate dado a los cientos de decretos expedidos por el gobierno nacional durante la pandemia. No se trata de salir a putear a los congresistas, lo cual sirve de poco. En su lugar, convendría exigir medidas de choque que permitan observar lo que viene de manera menos angustiante. Pero, todo esto requiere de una ciudadanía activa y crítica que no existe. En ese empeño, deberíamos centrar nuestros esfuerzos en la construcción de comunidad desde abajo por fuera del marco institucional para evitar hacer lo mismo; cuando a falta de más o menos dos años, ya pensamos en las presidenciales, como ha sido siempre.

El país se piensa y construye para cada cuatro años, de ahí que, muchos esperan que el nuevo inquilino de la Casa de Nariño resuelva todo, como si los grandes cambios fueran cosa de un solo hombre o de la Constitución Política.

Por ahora nos quedamos “debatiendo en la superficie” creyendo que los aspavientos vía Twitter y Whatsapp por sí solos traerán el cambio. Mientras, persisten los discursos acalorados de quienes creen tener las respuestas a todo y sienten que tienen la razón por haberse leído unos cuantos libros. Me quedo con la reflexión del exministro Alejandro Gaviria: “Podríamos empezar con lo básico, con un poco de introspección, con juzgar a los demás como queremos que nos juzguen a nosotros. El mundo mejoraría un poco”.

 

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Autor: Juan Carlos Lozano Cuervo Profesor, abogado y magíster en Filosofía.

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