Entre muros (I)

Las cárceles no intimidan -en el sentido de mitigar las conductas delictivas-, las excesivas penas no se cumplen y así se cumplieran estoy seguro de que la tasa de reincidencia sería la misma. Entonces ¿son realmente necesarias este tipo de instituciones que estigmatizan y dañan con frecuencia a los más vulnerables?

 

Entre muros (I)

Columnista:

Daniel Riaño García

 

De las Workhouses al panóptico de Bentham

El cambio de los medios de producción y la transformación del labrador de la tierra en proletario influyó en la migración del campo a las ciudades. La demanda laboral aumentó en estos lugares y la proliferación del desempleo permeó la cotidianidad. Hombres y mujeres que, escapando del sistema feudal, buscaban una mejor vida se estrellaron y fueron apaleados por aquellas ciudades que les arrebataron la esperanza. En medio de la mendicidad y la violencia por haber hallado la tierra prometida, que no era como la habían imaginado, se sumergieron en la gran fábrica. A la par del fenómeno migratorio surgió la persecución y criminalización del desocupado.

Producto del crecimiento de la mendicidad en Londres Alejandro Jaramillo (2008) menciona, en su libro Un mundo sin cárceles es posible, que un sector del clero inglés pide al rey que le sea entregado el castillo de Bridwell para albergar a los desocupados. Lo anterior, con el objetivo de ocupar aquellas personas mediante el trabajo y la disciplina. El proceso de expansión de las casas de trabajo (o casas de corrección), auspiciado por el clero y la burguesía en ascenso, llega a Holanda bajo el nombre de «Rasp-Huis» –llamado de esta manera por la labor de raspar la madera para la producción de un polvillo para tinturar–. Su fin era bajar el costo de los salarios y aumentar la producción. No obstante, esta industria de la mano de obra barata no pudo soportar la competencia de las máquinas, es por ello que las casas de trabajo empiezan a cobrar fuerza en Europa no como una manera de optimización del trabajo, sino como una institución de corrección y de aprendizaje del nuevo modelo económico.

Antigua casa de trabajo en Nantwich, que data de 1780

Para que este nuevo modo de persecución del hombre desocupado, que no contribuye con los propósitos de la nueva clase social en ascenso, desempeñe un mejor papel en la sociedad era necesario un modelo arquitectónico que estuviese acorde con los conceptos de disciplina y vigilancia. Es así como nació el panóptico, un tipo de arquitectura carcelaria, ideado hacia fines del siglo XVIII, que es tal vez una de las creaciones arquitectónicas que mejor representan el ascenso de la burguesía como clase dominante.

Foucault menciona en una entrevista recopilada en la obra titulada Jeremías Bentham: el ojo del poder que la idea del panóptico surgió mucho antes que Bentham, ya que la preocupación de la visibilidad, la observación y el control sobre el cuerpo ya era un problema que pedía soluciones. Algunos modelos de esta visibilidad fueron puestos en práctica en la Escuela militar de París en 1755, puesto que los dormitorios de los alumnos que estaban construidos en celdas con cristaleras a través de las cuales los alumnos podían ser vistos toda la noche sin tener ningún contacto con nadie. El propio Bentham recalca Foucault, ha contado que fue su hermano, el que visitando la Escuela militar, tuvo la idea del panóptico. Además, las realizaciones de Claude Nicolás Ledoux, concretamente la salina que construye en Arc-et-Senans, se dirigen al mismo efecto de visibilidad. Si bien es cierto que la idea del panóptico no es propia de Bentham, él es quien realmente la formula –y la bautiza El panóptico– como una manifestación del ejercicio del poder sobre el cuerpo.

Plano de el Arc-et-Senans

En la verdad y las formas jurídicas Faucault (1996) describe que en la torre central del panóptico había un vigilante y cada celda daba al mismo tiempo al exterior y al interior. Entonces la visión del vigilante atravesaba toda la celda. Todo lo que el individuo hacía estaba expuesto a la mirada del observador principal. Este podía ver sin ser observado. Bentham, para Foucault, creía que esta argucia arquitectónica podía ser empleada en otro tipo de instituciones. El objetivo de este particular invento no es otro que permitir al guardián una mejor visión desde la torre central. Observar a todos los prisioneros, recluidos en celdas individuales alrededor de la torre. Uno de los efectos más importantes del panóptico es inducir en el detenido un estado de constante vigilancia; incluso si no está siendo vigilado. Su funcionamiento garantiza el funcionamiento automático del poder sobre el cuerpo y la conciencia del individuo.

Diseño del panóptico de Bentham

El panóptico de Bentham contribuyó arquitectónicamente con instituciones como colegios, hospitales, campamentos militares y cárceles. En donde esta última se convirtió en la principal bandera del derecho penal. El lugar con el que se amenaza a aquellos que cometen conductas que persigue el Estado por haber considerado que constituyen una conducta delictiva. Es una nueva manera de castigo, a partir de la vigilancia, que ya no lacera el cuerpo, sino que penetra el alma humana. Las cárceles son producto de la humanización de las penas y los discursos que se soportaron bajo el apacible seno de La Ilustración; principalmente por autores como Beccaria. Los suplicios que menciona Foucault (2002) o La Máquina de la obra de Carpentier –El siglo de las luces– fueron reemplazados gradualmente por esta peculiar forma de castigo.

Ahora bien, muchas de las cárceles ya no utilizan la misma arquitectura que caracterizaba al panóptico, no obstante, es una institución que sigue funcionando bajo los mismos presupuestos (su verdadero aporte). En Colombia se justifica su implementación desde la intimidación, la percepción de seguridad y la resocialización. Pero, realmente ¿las cárceles en el país cumplen una función que amerite su uso como un método de control social? Las cárceles no intimidan -en el sentido de mitigar las conductas delictivas-, las excesivas penas no se cumplen y así se cumplieran estoy seguro de que la tasa de reincidencia sería la misma. Entonces ¿son realmente necesarias este tipo de instituciones que estigmatizan y dañan con frecuencia a los más vulnerables? Actualmente gran parte de la sociedad se avergüenza de los suplicios y la pena de muerte como modo de castigo, pero, tal vez, no es mucho más vergonzante que seguir promoviendo la institución carcelaria (tal como hoy funciona en el país) como una especie de tortura que aprieta, pero que ya no ahorca o guillotina.

Fuentes:

Entrevista con Michel Foucault. Jeremías Bentham: el ojo del poder. Madrid: Editions Pierre.

Foucault, M. (1996). La verdad y las formas jurídicas. Barcelona, España: Editorial Gedisia.

Foucault, M. (2002). Vigilar y Castigar (11a ed). Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Gómez Jaramillo, A. (2008). Un mundo sin cárceles es posible. (1a ed). México: Ediciones Coyoacan.

 

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Autor: Daniel Riaño García

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