La subregión del río: entre el olvido y la desidia dirigencial

La subregión del río en el Magdalena, es un territorio rico en recursos, en ubicación y en población, sin embargo, ha sido absorbido como las sanguijuelas a la sangre por aquellos políticos de turno que bajo un entramado de avaricia y maldad quisieron lucrarse a expensas de la gente de esta región.

La subregión del río: entre el olvido y la desidia dirigencial

Autor:

Juan Macías Pabón

 

Pálidos e inmóviles se quedaron al ver cómo el río se iba comiendo el trabajo que por tantos años y con tanto esfuerzo fueron construidos. Han sido testigos de cómo la desidia maltrata y destruye a sus pueblos y sus habitantes. Lograron ser sometidos a luchas ideológicas que no hicieron más que destruir los territorios y las esperanzas de aquellos que aún creían. Pretendieron acabar con los sueños del ser e intentaron dejar sobre la faz de estas tierras, simples objetos dominables a los cuales podrían alinear y usar a la conveniencia de las necesidades de un particular, pero nunca pensaron en trabajar para desarrollar un ímpetu de progreso colectivo que se ejecutara bajo la estela de un bien general.

Históricamente, esta ha sido la realidad de la subregión del río en el departamento del Magdalena. Un territorio rico en recursos, en ubicación y en población, el cual ha sido absorbido como las sanguijuelas a la sangre por aquellos políticos de turno que bajo un entramado de avaricia y maldad quisieron lucrarse a expensas de la gente de esta región.

El sufrir de los municipios que la constituyen: Sitionuevo, Remolino, Salamina, Pivijay, El Piñón, Cerro de San Antonio, Pedraza, Concordia y Zapayán, parece no entrar en las prioridades de quienes nos dirigen.

Ni los de antes (ideología de derecha), ni los de ahora (ideología de izquierda); como se conocen a las fuerzas políticas dominantes en el Magdalena, han logrado concretar ideas, políticas, proyectos o modelos aplicables al desarrollo de la subregión del río. Del lado del Gobierno nacional, la cosa no es distinta. Los presidentes de turno tampoco han puesto su mirada sobre esta tierra. La ejecución de proyectos ha quedado a expensas de los intereses de senadores y representantes afines al presidente de turno, en su mayoría adjudicadas bajo contrataciones amañadas que al final del día no han dejado más que obras inconclusas y necesidades sin resolver. Algunas veces con los indicadores peores que cuando presumieron darle solución.

El poco interés mostrado para generar desarrollo y crecimiento de estos pueblos, se evidencia en los pésimos indicadores que recoge la subregión del río. Iniciando por una pésima calidad educativa, teniendo en cuenta la media nacional, es quizá el lastre más grande que se muestra en la subregión en cuanto a crecimiento se refiere. Considero que es difícil que las sociedades crezcan cuando existen indicadores intelectuales tan bajos y merma de sobremanera las posibilidades de los habitantes de lograr un óptimo desarrollo personal.

Otro asunto que limita este territorio y que muestra la pésima ejecución de quienes llevan las riendas, es la conectividad. Y aquí hablaré de dos tipos de conectividad: la primera tiene que ver con la conectividad vial. Esta es una infraestructura prácticamente inexistente en la subregión del río. Por caminos catalogados como vías nacionales en los papeles, pero que en la realidad parecen más caminos de herradura, se desplazan los habitantes de esta zona. Desde el casco urbano de Sitionuevo hasta Zapayán, en toda la margen del río, no existe un solo centímetro de asfalto o concreto que permita darle tránsito y conecte a estos pueblos. Únicamente de Salamina a Pivijay —no es la margen del río— existen poco más de veinte kilómetros asfaltados y eso, es una vía inconclusa en la cual hace falta por asfaltar un aproximado de seis kilómetros. Asfalto que en ciertos lugares ya empieza a mostrar un deterioro apenas cuatro años después de haber sido entregado. Es tan precaria la situación en materia vial, que en época de lluvia resulta prácticamente imposible transitar entre los pueblos o sacar los productos como la leche o los que se cultivan de las fincas y parcelas.

El otro tipo de conectividad, es la tecnológica. Son pocos los municipios que cuentan con este servicio, y los que cuentan con él, en la mayoría de los casos es de una baja calidad. En muchos corregimientos, veredas y caseríos, ni siquiera llega la señal telefónica. O en el peor de los casos, aún existen muchos que no cuentan con el servicio de electricidad. Hoy, en pleno 2021 y bajo las condiciones actuales de la humanidad, resulta indispensable contar con un servicio de conectividad tecnológica de buena calidad. No me quiero imaginar cuántos niños, niñas o jóvenes, debieron dejar las escuelas por no tener acceso a Internet o una señal telefónica. Hechos que agudizan más la crisis educativa expresada dos párrafos atrás.

En materia de salud el panorama resulta igual de desalentador. A las ya mencionadas intransitables vías de la subregión, debemos anotar que, en los municipios mencionados, a excepción de Pivijay, no existen hospitales que puedan prestar servicios de urgencias vitales. Las ambulancias deben transitar durante horas por caminos que no son caminos para llevar a los pacientes críticos hasta un centro asistencial que pueda atender las urgencias requeridas. Muchas veces los pacientes quedan a mitad de camino, sometidos a un paseo de la muerte. Esta situación nos muestra cómo la poca inversión o el festival de la corrupción han limitado a los pueblos anteriormente citados, de contar dentro de sus perímetros territoriales con espacios idóneos para atender la salud de sus pobladores.

Resulta llamativo también, el proceder de las autoridades competentes respecto a la mitigación de riesgos y trabajos encaminados a la protección de las poblaciones. En una zona como la subregión del río, bañada y amenazada por el río Magdalena, los entes y los mal llamados dirigentes políticos encontraron «la tética» que los amamanta para poder vivir cómodos y tranquilos. Un ejemplo claro de ello es lo que acontece en el municipio de Salamina, a escasos dos kilómetros de su casco urbano.

Existe un problema de erosión y socavación producido por la acumulación de sedimentos que desvían la corriente hacia la orilla y arrasa lo que encuentra a su paso. Desde finales del 2019 hasta la fecha han sido muchas las reuniones, miles los millones gastados, las fotos y las actas firmadas, pero casi nulas las soluciones. Han pasado por estudios, diseños, planes maestros, nuevos estudios, nuevos diseños, a la espera del mismo plan maestro; pero el problema que empezó en el kilómetro 2,4, ya está llegando al 1,8. Es decir, que en poco más de un año, se ha tragado más de 600 metros de orilla y terrenos. ¿La solución definitiva?, aún no aparece. El dinero gastado, que en el papel está justificado, en la realidad ha sido robado o malgastado y los pueblos que pueden verse perjudicados ante una eventual arremetida del río, viven a la zozobra de saber qué va a pasar y poniendo sus esperanzas en aquello que creen y que, seguramente, no serán los honorables políticos y dirigentes que están en la cabeza de la situación.

Dentro de lo anteriormente expuesto y en medio de las necesidades existentes en los pueblos de la subregión del río, deben surgir cuestionamiento principalmente de nosotros los habitantes. Evidenciar qué hemos hecho y cómo, a quién hemos elegido, y sobre todo a quién vamos a elegir para que todo no siga siendo como viene siendo. Entender que las políticas deben materializarse desde el colectivo, que las diferencias hacen parte de la vida, que estas nos muestran caminos distintos para recorrer, que las similitudes nos llevan a construir territorio y ambientes para las poblaciones. Y que el trabajar unidos, hace más fácil nuestro camino y nos ayuda a plasmar una huella que los que vienen detrás pueden recorrer.

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Autor: Juan Macías Pabón Salaminero.

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