Uribe y su padre, "de tal palo, tal astilla"

Cuentan que Uribe Sierra si un día tenía cinco haciendas al otro aparecía con diez, o al otro con quince, o con veinte.

Uribe y su padre, "de tal palo, tal astilla"

Columnista: C. Arteaga

  La familia Uribe Vélez tiene sus orígenes en la Antioquia tradicional: la ultracatólica, conservadora en sus costumbres, y campesina. El padre es Alberto Uribe Sierra, y la madre, Laura Vélez Escobar. De su matrimonio nacieron cinco hijos: Jaime Alberto, María Teresa, Santiago, María Isabel y Álvaro. Doña Laura fue una activista política liberal en Salgar, su municipio natal, donde pasaron los primeros años de casados. Había luchado por causas feministas en las épocas de la violencia bipartidista: cooperó en el plebiscito de 1957 por los derechos políticos de la mujer en Colombia, motivo por el cual fue elegida Concejal de Salgar. Las raíces del gusto de Álvaro Uribe por la política brotaron en la figura materna. Alberto, un campesino tradicional aunque poco convencional, su opulento estilo de vida no le permitía serlo: veinticuatro haciendas en Antioquia y otras partes del país, caballos de paso fino colombiano, andaluces, percherones, árabes, ponis, etc.; plaza taurina particular, centenares de cabezas de ganado, catador y consumidor de licores, y hasta un helicóptero para desplazarse entre los vastos territorios de sus propiedades. “Un campesino de helicóptero”, dijo algún político en campaña presidencial en 2010 refiriéndose a Álvaro Uribe y la recurrente exaltación de su origen rural que éste hacia ante su electorado.
De ser un hombre económicamente modesto y hasta endeudado —“nadie tiene lo que Alberto debe”, se oía en Salgar—, residiendo en un sector de clase media, el barrio Laureles de Medellín, Alberto Uribe Sierra se erige como uno de los hombres más ricos y renombrados de Antioquia, en un abrir y cerrar de ojos.
La vox populi que recorre los sinuosos senderos por donde Uribe Sierra merodeaba cuenta que si un día tenía cinco haciendas al otro aparecía con diez, o al otro con quince, o con veinte, como si sus vivencias encarnasen la serie de actos de un mago alucinante. Y es que de ese modo, “mágicos”, era como se le empezaba a conocer, en la década del setenta, a una clase emergente que escalaba los peldaños sociales a una velocidad vertiginosa, impulsada por el motor del negocio de la cocaína. Algunas tierras a nombre suyo, pero en realidad pertenecientes a esos hombres de sórdidas actuaciones, en boga por aquellos tiempos, fue una astuta maniobra que luego será codificada en los tratados punibles como testaferrato. Su estrecha amistad con los capos de la mafia como Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, Pablo Correa Arroyave y el Clan Ochoa, no es secreta y por el contrario, exhibida orondamente en ferias equinas, tardes de toreo, obras sociales como “Medellín sin tugurios”, y otras arenas públicas. Quienes lo conocieron aseguran que fue un negociante hábil, enérgico y locuaz, protuberantemente codicioso; un “avispado”, como dicen en Antioquia, destacando su vitalidad, fluido verbo y carisma; el alma de la fiesta. Rígido, autoritario, impregnaba en su hijo algunos de sus rasgos distintivos. Su política de la “mano firme” sea quizá una proyección subconsciente de escenas de infancia en las que su padre amansaba bestias, dominaba muletos tomándoles por las orejas o tumbaba caballos de un puño. Aficionado al licor aunque no de tiempo completo, a los bellos caballos y los toros bravíos, al campo y al agro con sus bruscas vicisitudes, a los deleites musitados del devaneo, de los cuales nacieron otros hijos por fuera del matrimonio, y suscriptor del estilo Casanova, Alberto Uribe se rodeaba de mujeres de una noche, de conjuntos musicales rajaleños y de bombonas de aguardiente para cerrar sus negocios con gente influyente y “echada pa´ lante”; la misma que junto a importantes figuras de la vida nacional condujo su féretro al exclusivo cementerio Campos de Paz en Medellín tras su asesinato en una de sus haciendas bautizada “Las Guacharacas”. Alberto le había advertido a su hijo que no fuera por allá, pero él mismo rompe su consejo y estando en Las Guacharacas es sorprendido por un grupo de hombres forrados en balas para, según cuenta su hijo Santiago, secuestrarle.
Ese día es herido Santiago y su padre —armado con un revolver— resultó muerto después de un canje de disparos entre los desconocidos y los Uribe. Cincuenta años tenía al momento en que dos proyectiles, uno incrustado en el tórax y otro que le atravesó el cuello, lo arrojaron hacia el viaje sin regreso.
Su hija María Isabel fue amparada por una maestra de escuela y Santiago —perforado en un pulmón— llevado al hospital, donde arribó rasguñado por la helada hoz y en medio del estupor médico que causan las segundas oportunidades de vida. Álvaro Uribe recibe la noticia del asesinato el 14 de junio de 1983 a sus treinta y un años de edad. Inmediatamente viaja en un helicóptero perteneciente al “ganadero y hacendado” Pablo Escobar Gaviria, pero sin lograr aterrizar en la zona por mal tiempo, organizando entonces caravanas terrestres para trasladar el cadáver a Medellín. Cerca de diez mil personas de todas la capas sociales, especialmente las nuevas potentadas, altas y emergentes, despedían a Uribe Sierra en medio de una lluvia de margaritas blancas y claveles rojos que una avioneta dejaba caer sobre el cortejo fúnebre, en el que se confundían las plegarías por su descanso eterno con los cuchicheos sobre sus turbios negocios; confusión interrumpida por el agradecimiento que a manera de breve discurso ofrecía su hijo “de talla presidencial”, como solía describirlo Fabio Ochoa Restrepo, amigo personal del difunto y patriarca del famoso clan de narcotraficantes, los Ochoa Vásquez. La hacienda Las Guacharacas había sido adquirida por Inversiones Uribe Vélez —una de tantas empresas de Alberto Uribe Sierra— en noviembre de 1978. El río Nus la partía en dos. Geográficamente los dominios del margen izquierdo eran suelos del municipio de Yolombó, mientras que la otra extensión de tierra, donde quedaba la casa principal, se situaba en los de San Roque. La hacienda tenía como principal actividad la cría, levante y venta de ganado.
En los setenta, los Uribe Vélez se habían dado a conocer por instalar varios negocios en la Región del Nus que abarcaban esos municipios, así como los de Santo Domingo y Maceo. Uribe siempre ha sostenido que su padre fue asesinado por las FARC en un intento de secuestro, aunque los moradores de las zonas mencionadas donde Alberto tenía algunas de sus tierras y negocios, sabedores de sus actuaciones, aseguran que “lo quebraron por torcido”, un modismo colombiano que traduce “asesinarlo por tramposo”.
La expoliación de una abultada cifra en dólares, producto de transacciones del narcotráfico, habría sido su sentencia de muerte. De igual forma, los dirigentes de la FARC han negado ese hecho, aduciendo que en la zona nunca han tenido unidades e instigan a la justicia a comprobarlo, ya que sobre ello no existen procesos. El periodista de investigación de El Espectador, Fabio Castillo, autor de “Los jinetes de la cocaína”, lo reseña así en su libro: “También es oriundo de Antioquia el senador Álvaro Uribe Vélez, cuyo padre, Alberto Uribe Sierra, era un reconocido narcotraficante, quien le otorgó licencia a muchos de los pilotos de los narcos, cuando fue director de Aerocivil. Uribe estuvo detenido en una ocasión para ser extraditado, pero Jesús Aristizábal Guevara, entonces secretario de Gobierno de Medellín, logro que lo pusieran en libertad. Al entierro de Uribe Sierra, asesinado cerca de su finca en Antioquia, asistió el entonces presidente de la República, Belisario Betancur, y buena parte de la crema y nata de la sociedad antioqueña, en medio de veladas protestas de quienes conocían sus vínculos con la cocaína”. Lo propio hace Virginia Vallejo, al recopilar en su libro “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, una mención del capo sobre Uribe Sierra: … “su padre Alberto (el de Álvaro Uribe) es uno de los nuestros”. Las agencias de inteligencia estadounidenses también sabían quién era el célebre hacendado y caballista. Un informe post mortem a Uribe Sierra sobre lo seguimientos a su hijo Álvaro, elaborado en 1991, lo presenta así: … “Su padre fue asesinado en Colombia por sus conexiones con narcotraficantes”. Y Fabio Ochoa Restrepo, en su libro “Mi vida en el mundo de los caballos”, luego de una breve descripción de su personalidad, de un compendio de sus actuaciones a las que llama “travesuras” y dentro del capítulo dedicado a él y titulado con su nombre, de la siguiente manera: “Alberto Uribe debía ser el ministro de Agricultura de por vida, pues este sí ha palpado, vivido y sufrido los problemas del campo, la reforma agraria, la violencia, etc., tantas güevonadas que inventaron los políticos y demagogos que no han salido de la carrera Séptima; su hijo Álvaro es otro exponente de talla presidencial y Santiago ni se diga”. Ochoa también elabora un árbol genealógico entroncando a su numerosa parentela, destacando a los Vélez, el apellido materno de Uribe, como miembros genuinos de ella. Y, sin embargo, Álvaro Uribe se empeña en negar su filiación sanguínea y las fuertes relaciones de negocios y amistad que los atan, reduciéndolas a simples coincidencias de tiempos, lugares y hobbies en “un mundo sano de caballos, tiples y poesía”, como suele explicar.  

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