Rodolfo Hernández o el hombre que no quiso gobernar
Sin lógica, sin ética y sin estética murió quien nunca tuvo merito alguno para ser presidente, quien pudo haber bloqueado -tal como lo hizo Duque en 2018- el ascenso de la izquierda al poder, pero quien, más por desafecto que por cualquier otra cosa, no lo quiso hacer.
Fredy Chaverra
Columnista
Murió Rodolfo Hernández sin dejar el más mínimo legado político. El ingeniero que casi fue presidente murió sin lógica, sin ética y sin estética. Más bien reducido a la ignominia, condenado por corrupción y convertido en una eufemística caricatura. Dicen que no tiene presentación hablar mal de un muerto, porque el muerto ya muerto está, y eso es algo que no me propongo en la presente columna, solo quisiera recordar el rol que Rodolfo Hernández jugó en la victoria de Petro. Total, solo por eso será recordado, si llegase a ser recordado.
Cuando Hernández ingresó a la segunda vuelta dejó a Federico Gutiérrez y a buena parte del establishment político refundido en un merecido tercer lugar. El ingeniero se impuso ante el candidato de Duque echando mano de un cóctel tan efectivo como contradictorio. Tuvo la sagacidad de hablarle claro y sencillo a un electorado heterogéneo que en pocas semanas lo convirtió en un fenómeno de opinión; sin mucho diagnóstico o propuestas, se conectó con el hartazgo de millones, aupando en su rodolfoneta una porción del clásico “miedo a Petro” (la petrofobia) e invistiéndose de un anclaje identitario que le otorgó un pase a segunda vuelta.
Pero ese nunca fue su principal objetivo, puesto que en sus difusos cálculos solo se encontraba montarse en una estridente campaña de expectativa de cara a una contienda regional por la Gobernación de Santander. Aunque ya en la segunda vuelta, con la certeza de arrancar punteando, y asediado por el “toque” del uribismo, el ingeniero se asustó y decidió a rajatabla que no quería gobernar. A partir de ese momento emprendió una campaña de autosabotaje enfocada en exacerbar sus defectos y carencias. Así, el mismo candidato anuló cualquier espacio de discusión pública entre vueltas y le despejó el camino a Petro.
Precisamente, ese fue el papel que jugó en la historia o que lo acerca a dejar un legado. Atravesarse como una estaca en la estrategia diseñada por el uribismo desde la Casa de Nariño, Con Duque a la cabeza, con la cual el establishment político estaba convencido de que con la llegada de Federico Gutiérrez a segunda vuelta la victoria estaría cantada; total, la petrofobia movilizaba más que la evidente deficiencia discursiva de su candidato. El cálculo erró y Rodolfo no solo se llevó una porción de aquella particular derecha popular, sino que le dio la mayor bofetada al ego de Duque al confirmar que el país no quería continuismo.
Si Rodolfo Hernández no hubiera estado en el tarjetón electoral -con todo lo que su extraña y contradictoria campaña representó- Petro jamás hubiera llegado a la presidencia.
Con Fico en segunda vuelta, con un presidente empeñado hasta los tuétanos en dejar un sucesor, con un registrador forjado en las huestes de la politiquería tradicional y con unas Fuerzas Militares ideologizadas, otro gallo le hubiera cantado a la izquierda. Rodolfo fue un accidente histórico que le facilitó la tarea a Petro. Nada más.
Concluida la segunda vuelta su caída fue de antología, y sin entrar a revisar su delicada situación de salud o su condena por corrupción, se resume en lo siguiente: cuando renunció al Senado, tras ocupar la curul que le otorgó el estatuto de la oposición, solo se limitó a afirmar que no tenía la capacidad intelectual para estar en ese lugar. Luego intentó jugar nuevamente a la política regional -retomando su principal objetivo- con resultados irrisibles. Como político Rodolfo siempre estuvo por debajo de cualquier tipo de expectativa. Ni más, ni menos.
Sin lógica, sin ética y sin estética murió quien nunca tuvo merito alguno para ser presidente, quien pudo haber bloqueado -tal como lo hizo Duque en 2018- el ascenso de la izquierda al poder, pero quien, más por desafecto que por cualquier otra cosa, no lo quiso hacer. Porque la noche que Rodolfo se dio por enterado que entró a segunda vuelta sacando del juego a Federico Gutiérrez decidió que lo suyo no sería gobernar.
Su legado, si acaso lo tiene, resultó siendo involuntario. Fue un accidente feliz para la izquierda. Descanse en paz y para siempre.