Las verdaderas intenciones del constituyente primario

La reiterativa invocación al constituyente primario percibido como una fuerza descomunal con la capacidad de crear un nuevo orden desde sus cimientos sin fijarse en las reglas procedimentales del modelo demoliberal que se echa por los suelos -una visión clásica del celo revolucionario sobre un pueblo que no esta sujeto a límite jurídico alguno- funciona como un dispositivo de agitación que, en perspectiva cortoplacista, marca línea sobre el leitmotiv que empleará el Pacto Histórico para no ser relegado a la historia. Debemos ganar en el 2026, insiste el presidente.

Las verdaderas intenciones del constituyente primario

Columnista 

Fredy Chaverra 

 

Ya sea como figura retórica o como consigna de agitación callejera, la invocación al constituyente se ha venido instalando en la discusión pública. Su principal promotor sigue siendo el presiente Petro y un puñado de sus áulicos, pero, sigue siendo una propuesta sin forma ni fondo, y eso se debe, en gran medida y con intención manifiesta, a que Petro no ha sido claro en lo que busca invocando al constituyente.

Inicialmente, el presidente afirmó que, dada la correlación de fuerzas desfavorable a su agenda reformista, se debía llegar a una asamblea nacional constituyente; así, enmarcó lo que asume como su momentum popular dentro de un diseño institucional muy normatizado, es decir, a la luz de un procedimiento reglado por la Constitución y la ley, en el cual convergen -en relaciones asimétricas, claro está-: el Congreso de la República, la Corte Constitucional y el electorado.

Pero este llamado bastante destemplado no estuvo acompañado de un proyecto de ley en firme; o si acaso, de una propuesta dirigida al cementerio legislativo. Nada. El Presidente -y me perdonan la precaria metáfora futbolística- convocó a un partido de clasificación, pero en el arranque se abstuvo de dar el pitazo inicial. ¿Por qué? La respuesta es tan sencilla como elocuente: a nadie meridianamente consiente de la situación del país se le pasa por la cabeza una propuesta que a nada llevaría.

Porque en un ejercicio especulativo solo veo dos escenarios; el primero, de confusión y fatiga electoral, puesto que el grueso del electorado criollo, mayoritaria e históricamente distanciado de participar de aquellos sagrados mecanismos de participación, le daría la espalda a una convocatoria que con buen pronóstico quedaría muy lejos de los 13 millones de votos necesarios para su aprobación; y segundo, de un reacomodamiento de la derecha que termine moviendo sus bases más cavernarias para hacerse con una mayoría de delegatarios en una eventual asamblea nacional y así volver a la Constitución de 1886. ¡Su mayor anhelo!

Vale la pena mirarse en el espejo de una experiencia cercana: el caso chileno y su ping-pong constituyente es muy ilustrativo.

Pero es claro que Petro no buscaría darle esos bríos fundacionales a la derecha -como si lo hizo Santos con su malogrado plebiscito-, aunque también es evidente que es consciente de que no cuenta con el músculo electoral para instalar una asamblea nacional diseñada a su imagen y semejanza. ¡Su mayor anhelo!

De ahí que esa reiterativa invocación al constituyente primario percibido como una fuerza descomunal con la capacidad de crear un nuevo orden desde sus cimientos sin fijarse en las reglas procedimentales del modelo demoliberal que se echa por los suelos -una visión clásica del celo revolucionario sobre un pueblo que no esta sujeto a límite jurídico alguno- solo funcione como un dispositivo de agitación que, en perspectiva cortoplacista, marca línea sobre el leitmotiv que empleará el Pacto Histórico para no ser relegado a la historia. Debemos ganar en el 2026, insiste el presidente.

Ahora bien, esa visión romántica del pueblo como un constituyente primario creador de un nuevo ordenamiento jurídico-político, solo es -y lo afirmo sin reserva- mera retórica de agitación. Es el presidente hablándole a sus bases más galvanizadas, las mismas que creyeron, sin asomo de ingenuidad, que en el 2022 se promulgó una revolución por las urnas. Se les pasa por alto que su expresión ciudadana fue la de un poder constituido derivado y por ende limitado.

Y dice la Corte Constitucional en la Sentencia C-180 de 2007:  

(…) una es la situación cuando el pueblo, en un acto de auto afirmación y por fuera de todo cauce normativo, decide reformar la Constitución o darse una nueva, y establece para ello los mecanismos que resulten apropiados, y otra muy distinta aquella en la cual, a la luz de las previsiones constitucionales, el pueblo es convocado para que decida si convoca una asamblea nacional constituyente con el periodo y las competencias que el Congreso, órgano constituido, le haya fijado en una ley, o cuando, también mediante ley, se le convoca para que exprese su afirmación o su negación a una propuesta de reforma a la Constitución. En el primer caso el pueblo actúa como constituyente primario, en el segundo obra en el ámbito de los  poderes constituidos y se encuentra subordinado a la Constitución.

Y ya echadas las cartas sobre la mesa, me pregunto: ¿Qué se puede entender por actuar del pueblo por fuera de todo cauce normativo? Es, ¿un paro nacional?, ¿semanas de legítima expresión ciudadana en las calles, sea de derecha o de izquierda?, ¿rodear la infraestructura física de los poderes constituidos y presionarlos a tomar decisión en algún sentido?

No, no y no, es una revolución. Y esa es una palabra que Petro no ha pronunciado como invocación a la acción, pero es la que tiene presente cuando hace el llamado a esa fuerza primigenia y creadora que se denomina constituyente primario. Es su poder constituyente primario.

Y ciertamente, la revolución no se hace sobre tapetes de terciopelo.

 

 

 

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